Sabemos que el sedentarismo es malo para la salud, el cardiólogo nos lo recuerda cada vez que vamos. Sabemos que conducir y tomar alcohol es peligroso, los avisos de la TV lo repiten muy claro. Sabemos que fumar produce cáncer, la imágen del paquete nos lo muestra. Sabemos que el exceso de redes sociales impacta en nuestra productividad, todas las semanas un experto nuevo lo dice.
Sabemos todo, sin embargo no cambiamos nada.
Existe un consenso generalizado sobre la importancia de concientizar sobre los riesgos. Aparecen por todos lados las recomendaciones que con las mejores intenciones tratan de llevarnos por el buen camino. El método consiste en “asustar” esperando que el miedo genere un cambio.
Creo que concientizar y alertar es una buena medida. El problema es que para algunos funciona, pero para muchos no. Los resultados que tenemos a nivel social nos confirman que no son tan efectivos como quisiéramos. Sirven, pero no alcanzan.
¿Por qué no funciona el miedo?
Hay tres factores que neutralizan el miedo.
1. Por un lado la “inconsistencia temporal”. Muchas veces las señales de alerta nos tratan de concientizar sobre una pérdida posible en el largo plazo. El sedentarismo es peligroso para la salud. Pero si hoy nos sentimos bien, ¿para qué cambiar? ¿quién sabe lo que va a pasar a futuro? Cuando la recompensa está en el largo plazo y todo el esfuerzo en el corto plazo, el cerebro prefiere lo cómodo y seguro hoy.
2. Por el otro lado, nuestro cerebro tiene un mecanismo llamado “sesgo de confirmación”. Para explicarlo fácil, busca evidencia que confirme las creencias que ya tenemos. Por ejemplo, si creemos que estar todo el día atento a las redes puede traernos una gran oportunidad, tenderemos a ignorar la opinión del experto que dice lo contrario. Dicho mucho más fácil, el cerebro escucha lo que quiere escuchar.
3. Por último, hay otro mecanismo que usamos para combatir al miedo llamado “racionalización”. Entra en acción cuando nos decimos “el otro día me tomé tres vasitos de cerveza y estaba impecable, puedo manejar sin problemas…” De este modo, nuestro cerebro busca formas de justificar el mal comportamiento haciendo uso de argumentos bastante cuestionables.
Entonces, ¿qué es lo que funciona?
En primer lugar los incentivos sociales. Nos importa mucho lo que piensan los demás. Nos comparamos y no queremos quedar mal. Poner en comparación nuestro desempeño en relación al de nuestros pares nos hace querer mejorar automáticamente. Una cosa es estar 5 horas al día en Instagram (y que yo sólo lo sepa) y otra cosa es aparecer en un tablero de la oficina como la persona que más horas está en Instagram de la empresa.
En segundo lugar las recompensas inmediatas. Hacer chequeos médicos regulares para prevenir enfermedades a futuro no suena para nada divertido. Pero si por cada chequeo obtuviéramos algún premio, tal vez nos interese más hacerlo. En este sentido creo que a nivel gubernamental y corporativo hay un enorme espacio de innovación para crear los recompensas correctas que motiven el cambio.
En tercer lugar el monitoreo del progreso. Lo primero que debés hacer si querés bajar de peso es comprar una balanza. Lo que no se mide no se puede mejorar. Es necesario tener métricas y poder visualizarlas todo el tiempo. Esto nos mantiene atentos al progreso de corto plazo y no tanto al riesgo potencial en el largo plazo.
Para resumir:
El miedo a perder (en el largo plazo) no genera acción; la emoción de ganar (en el corto plazo) genera acción.
Saludos, Maxi
PD: Este artículo está basado en el trabajo de Tali Sharot y otros autores de la economía del comportamiento.
Muy buen artículo Maxi!!
Gracias por compartir tu conocimiento!!
Saludos!