Imaginate que vas a un recital a ver a tu artista favorito. Llegás a horario y te ubicás en tu lugar esperando con ansiedad su presentación. Estás rodeado de cientos de personas, todas felices de estar allí y con mucha expectativa. Sin darte cuenta, pasan los minutos y nada… el intérprete no sale.
Pasa más tiempo y a lo lejos se escucha una acalorada discusión entre el artista y su manager. No se entiende bien el contenido, pero te llama la atención. Los minutos se transforman en horas cuando finalmente la estrella se digna a salir.
Los fans felices… preparados como nunca para el show de su vida. Sin embargo vos ya empezás a dudar. Su imagen no es como la siempre. Se lo ve un tanto desarreglado pero más que nada con “cara de pocos amigos”. La banda realiza un pasaje instrumental y ahora sin disimulo ya se puede ver cómo este empieza a cruzar señales de disconformidad con los músicos.
Para esta altura ya te cuesta creer lo que pasa, replanteándote haber pagado la entrada. Pero todo se termina de confirmar cuando el artista toma el micrófono y dice: “Hola, gente. Realmente hoy no estoy de humor para cantar. Tengo unos problemas enormes con el manager y los músicos. El sonido es un desastre. Encima en casa mi familia me vuelve loco. Así que sorryyyyyy, pero me voy.”
Vos no sabés qué hacer. Pero otros empiezan a silbar y hasta exigir que el cantante haga lo suyo. En ese momento la situación se va al diablo, armándose un intercambio verbal entre el público y el escenario. Luego, el artista se retira del lugar frente a 5.000 personas estupefactas.
Del escenario a la oficina
Qué difícil es imaginar esta situación. Quizá alguna vez pasó. Sin embargo en los entornos de oficina es más común de lo que creemos. ¿Cuántas veces nuestros jefes actúan como este artista estrella? Descargan su malhumor con la gente. Contagian de pesimismo al equipo. Convierten la oficina en consultorio donde hacer catarsis.
Para ser un buen líder hay que ser optimista. El real optimismo opera en dos niveles: ser y parecer. Ser optimista implica la decisión consciente de esperar lo bueno. Estar convencido de que más allá de las dificultades las cosas van a salir bien. El buen líder es visionario y ve un futuro mejor.
No significa ser “naive”. Los optimistas no se sorprenden por los problemas. Entienden que son normales y hasta a veces necesarios. Pero de ninguna manera se desmoralizan. Es decir, los problemas son parte del trabajo, no algo que está fuera y viene a interferir con el trabajo. Los problemas (o mejor dicho situaciones) son simplemente temas a resolver.
Parecer optimista es el otro nivel. Consiste en el ESFUERZO de mantener el optimismo. Cuando las cosas van mal, las personas recurrimos a los líderes. ¿Qué podemos hacer si el líder se muestra desahuciado? Así como el buen artista sale al escenario y se transforma para sacar su mejor interpretación, el buen líder llega a su trabajo y recarga de optimismo a su equipo. Por dentro puede pasar cualquier cosa. Pero por fuera el líder mantiene su postura.
Uno de mis ídolos es Freddie Mercury. Una de sus grandes canciones dice “el show debe continuar”. Creo que todo líder debería grabarse esta frase y entender que pase lo que pase, cuando esté con su equipo hay que seguir adelante.


