Esta semana Facu, mi bebé, cumplió cinco meses. Sin que me importe sonar cursi, es el mejor regalo que me dio la vida. Estoy descubriendo un mundo completamente nuevo cada día en la hermosa tarea de ser papá. Y estos días aprendí una lección que quería compartir con Ustedes.

Los que han pasado por mi situación actual saben lo que es tener un bebé de cinco meses, lo lindo y lo no tan lindo. Lo lindo es conocido por todos, no voy a ponerme meloso. Pero lo difícil no es tan obvio para el que no lo vivió: noches de poco sueño, llantos incomprensibles, atención completa 24 horas al día, preocuparse por todo lo que puede ser fuera de lo normal, biceps de Rocky por upa, que si come o no come, si hace caca o no hace, etc…

Los límites de la empatía

Todo esto que estoy atravesando, que es completamente normal y obvio, no era tan evidente para mí hace un tiempo. Me costaba entender a quienes vivían esto. No imaginaba sus dificultades, sus preocupaciones. Tal vez podía llegar a entender su situación desde la teoría, pero vivirlo en carne propia es una experiencia completamente diferente.

Esto me hizo reflexionar sobre la empatía. La definición más fácil dice que la empatía es la habilidad de ponerse en el lugar del otro. Sentir lo que el otro siente. Empatizar es hacer el esfuerzo de ver las cosas desde otro punto de vista.

¿Pero qué sucede si ponerse en el lugar del otro es algo que uno nunca experimentó? Por ejemplo: ¿qué se siente tener un hijo enfermo si uno no es padre? ¿qué se siente pasar hambre si uno siempre tuvo para comer? ¿qué se siente quedarse sin trabajo si nunca te echaron?

¿Qué hacer entonces?

Creo que en los casos en los que uno nunca vivió la situación del otro tiene un límite para empatizar. Pero esto no significa que no sea posible mejorar en ese esfuerzo. Aquí es donde el entendimiento puede ayudar a la sensibilización.

Por entendimiento me refiero a hacer el esfuerzo por interiorizarse en la situación y emociones del otro, y buscar allí puntos en común. Por ejemplo podrías preguntarle al otro: ¿qué sentiste cuando te echaron? ¿cómo te lo dijeron, qué explicación te dieron? ¿cómo se lo dijiste a tu familia y amigos? ¿qué sentiste al otro día en tu casa? ¿cómo te sentís ahora? etc, etc, etc… Posibles respuestas podrían ser: me sentí frustrado, irritado, mal valorado, tratado injustamente, avergonzado, etc.

Tal vez nunca te echaron del trabajo, pero seguro alguna vez te sentiste así. Tal vez no vas a entender del todo qué siente el otro, pero seguro estarás mucho más cerca.

Los límites de la empatía
Compartí este post:
Facebooktwitterlinkedin
Etiquetado en:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *